13.1.09

Los incendiarios

Nunca me gustó la quema de libros. Siempre me pareció que era producto de épocas bárbaras, oscurantistas, retrógradas. Siempre que se quiso anular el pensamiento, borrar las ideas, exterminar al otro, se acudió a este procedimiento.
Desde aquella infausta historia de las hordas de Omar quemando la biblioteca de Alejandría hasta las hordas nazis incendiando los lugares donde estaba asentada la cultura hasta las hordas peronistas nazis quemando, en plena avenida Rivadavia, la biblioteca de la Casa del Pueblo, podríamos seguir citando hechos de barbarie e intemperancia de la especie.
Sólo el hombre puede quemar libros. Ni a un gato ni a un perro se le ocurriría semejante cosa. Sólo al hombre...
Cuando escribí la nota sobre Nonno, llamaba "malparidos" a los que quemaban libros. Algunos amigos me recordaron que Virgilio había querido quemar "La Eneida" o que Kafka había solicitado a Max Brod la quema de su obra. Recordé también que Stevenson arrojó al fuego "El doctor Jekyll y Mr. Hyde" ante una crítica de su esposa. Fue un momento de calentura. Luego, la reescribió, por suerte.
También recordé a un escritor catalán llamado Manuel Vazquez Montalbán que hacía que su personaje (Pepe Carvalho) quemara libros, de vez en cuando. Por lo cual, nunca acepté la pose de este intelectual que hacía profesión de fe marxista.
Me gusta, en cambio, la pose de la escritora Carmen Gaite que murió abrazando todos sus cuadernos de escritura, según me cuenta mi amiga Anita Hodges.
Y también me entero, por mi amigo Luis Alposta, que cuando el escritor gallego Camilo José Cela decide irse a Galicia y dejar su casa de Madrid, ésta fue usurpada por unos "ocupas" que, ante el frío madrileño, no tuvieron mejor idea que quemar los libros de la biblioteca del gran escritor.
Es cierto. Los libros dan mucho fuego, mucho calor. Pero se han inventado para que los leamos y saquemos conclusiones de sus mensajes. No se hicieron para incinerarlos.
No está bien que los hagamos desaparecer, por menos ilustrativos que sean.
Siempre es preferible una rémora a una carencia. Siempre es preferible la idea de un tonto a correr el riesgo de hacer desaparecer la idea de un sabio.
La humanidad, su progreso, se ha asentado sobre los libros. El humo que produce su quemazón, nos obnuvila, nos hace perder el sentido, oscurece la tierra, nos ciega y por un buen rato.
Les agradezco a todos mis amigos que me escribieron elogiando la historia de Nonno y a los otros que me siguen enviando material para "Los Plagios".
Volveremos con este tema, cuando recopilemos otros materiales.

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En el 2007, fue reconocido como "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES por la Legislatura Porteña)

9.1.09

Nonno, el poeta de Panópolis

Había un poeta nacido en Egipto que se llamaba Nonno. Había escrito 48 rollos con un largo poema en capítulos que tituló: "Las dionisíacas" y era la historia del dios pagano Baco, en una época donde los dioses paganos habían hecho mutis por el foro.
Pero, luego, Nonno se convirtió al cristianismo (los poetas solemos ser algo tránsfugas)y escribió algo que tenía que ver con el Evangelio según San Juan y, entonces, lo hicieron competir para el Arzobispado de Panópolis.
Competía con un rival que se llamaba Parquimio y le pidieron, como un testimonio irrenunciable de Fe, que destruyera los 48 rollos que había escrito sobre esa historia pagana.
Nonno, allí reaccionó. "!Destruir mi obra!" -exclamó. "!Jamás!". Entonces, le pidieron que, aunque sea, destruyera un capítulo y le fueron entregando rollo por rollo, pero Nonno se negaba a destruir tal escena o tal historia. Y seguía rechazando y dilatando la decisión. En suma: Nonno se negó a destruir aunque fuere parte de su obra y perdió el arzobispado.
La historia tiene otras aristas, pero me interesaba resaltar esto. Ningún poeta que se precie, aceptará arrojar al fuego lo que ha escrito con las vísceras, con el corazón. Me viene a la memoria Julius Fuczic, encerrado en un campo de concentración nazi y ocultando sus papelitos, sus pequeños hálitos de libertad creativa. Y el poeta turco Nazim Hikmet, también encerrado en una mazmorra, y sin embargo alzando su grito de rebeldía, pidiendo, no el indulto, sino una camiseta de lana contra el frío. Y tantos poetas de la humanidad, negándose, como Nonno, a sepultar su obra, a destruirla para que no lo puedan culpar. Nunca.
Muchos de estos poetas murieron porque no fueron capaces de repudiar lo que habían escrito. De renegar de su condición. Durante la dictadura militar, hubo muchachos que se autocondenaron por guardar sus escritos. Mi querido amigo Roberto Jorge Santoro no sólo escribía su poesía incendiaria contra los genocidas sino que ponía el domicilio de su vivienda, una actitud de insobornable presencia combativa. "Aquí estoy y aquí me quedo" o "Ni irse ni quedarse. !Resistir!" como dijo en un poema Juan Gelman.
Esta historia de Nonno la cuenta un gran erudito inglés que se llamó Richard Garnett, funcionario durante muchos años del Museo Británico, de una estirpe familiar de creadores. En su libro "El Ocaso de los dioses y otros cuentos", Garnett utiliza su erudición asombrosa y la vuelca en relatos que tienen que ver con leyendas y mitos históricos. Este se titula: "El Poeta de Panópolis".
Es ilustrativa la historia de Nonno, un poeta genuino.
Y el que siente la Poesía, jamás arrojará al fuego un solo escrito. Lo guardará, lo atesorará en carpetas, los meterá en cajas insondables, encerradas en lo más oscuro de un placard, pero NUNCA, NUNCA, se atreverá a romper aquellos papeles que, alguna vez, fueron fuente de su inspiración.
Este es el destino de todo Poeta. Llevarlos como mochila en su corazón. No importa si tienen valor o no. Pero es un hijo. Y nadie que no sea un mal parido, arroja un hijo al fuego...

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En el año 2007, fue reconocido como "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES POR LA LEGISLATURA PORTEÑA).