30.11.06

La Pesificación

He sido uno de los damnificados por el mentado "Corralito", obra de terror montada por un "vendedor de buzones" como el Ministro Cavallo, un inepto como De la Rúa y la complicidad de todos los banqueros, entre ellos el "marxista" Carlos Heller.
Para que no se crean que soy Rockefeller, cuento que acababa de vender un pequeño departamento en Palermo viejo y no tuve mejor ocurrencia que poner el dinero en el banco. Consecuencia: me quedé sin mi dinero.
Está mal contar las experiencias personales o sangrar por la propia herida. Pero es que los argentinos (o parte de ellos) vivimos de eufemismos. En la época de la dictadura militar, se decía, con respecto a los desaparecidos "algo habrán hecho" y había muchos indolentes que colocaban en sus automóviles obleas que decían: "somos derechos y humanos". Mientras tanto, la gente desaparecía o aparecía muerta en los basurales o les llevaban el pulgar a sus domicilios para que la familia supiera que habían identificado al occiso. De todas estas barbaridades, de todos estos horrores, se puebla nuestra historia última...
Si ocurrieron estas cosas ¿cómo suponer que no podía ocurrir lo del "Corralito"?
Por eso, cuando el mundo entero nos vota en contra, no es que el mundo entero se despierta cada mañana pensando cómo joder a la Argentina. No tenemos autoridad moral, no tenemos seguridad jurídica y tenemos una diplomacia que es una vergüenza, una sarta de acomodados y de "niños bien" que van a las embajadas a pasarla "bomba"...
Los propios países latinoamericanos (salvo honrosas excepciones) nos votan en contra como sucedió con Brasil en el tema de las Papeleras; y como sucedió durante la Guerra de las Malvinas donde Colombia nos votó en contra, Costa Rica (me consta) estuvo en un tris de hacer lo mismo, Chile abasteció a los ingleses y los uruguayos, también.
La mentada "unidad latinoamericana" es un verso que sólo éxiste en la carpeta de los funcionarios y en la mente febril de estos dirigentes que tenemos.
Ahora, achicarán la Corte y los jueces que queden, votarán en contra de los reclamos de los ahorristas, alegando que la pesificación fue una compensación razonable. Esa "compensación razonable" le hace perder a cada ahorrista algo así como el 30 por ciento del total de sus ahorros confiscados.
!Ni hablar de los que cayeron en la trampa de los bancos con los Fondos de Inversión!
Sin embargo, como en el caso de "somos derechos y humanos", hay ciertos argentinos (que ven el árbol, pero no el bosque) alegando, por ahí, que la gente se dejaba tentar con los intereses altos o, como se escuchó muchas veces, "eso pasa por tener plata" cuando, en verdad, dentro del mentado "Corralito" quedaron dineros de ventas circunstanciales, de ahorros para tratamientos de salud (como en el caso del periodista García Blanco) y pequeñas sumas de jubilados que se sustentaban con eso. Pero, en definitiva ¿a quién le debe importar el origen del dinero si es dinero bien habido? Sin embargo, a ciertos argentinos, sí.
Esta caterva de compatriotas, de cuya ignorancia más vale escapar, son los mismos que gozaron de la "plata dulce" de Martínez de Hoz o del "veranito de San Juan" de los ´90, cuando Menem era Gardel con todos sus guitarristas y lo reeligieron sin ponerse colorados.
Un país que no respeta a sus ciudadanos, que les roba, que tiene dirigentes que llevan su dinero al exterior mientras, aquí, se rasgan las vestiduras y sacan a relucir discursos demagógicos al estilo de modernos Robin Hood; un país que tiene 30 mil millones de dólares en las arcas del Banco Central y no respeta sus compromisos éticos y deja en la indigencia a miles de personas, no puede alegar que le contaminan su territorio.
Porque, aunque esto sea cierto y las papeleras que montaron los arteros uruguayos, contaminarán, sin duda alguna, nosotros estamos contaminados desde hace mucho tiempo y nada hacemos para blanquear nuestra conciencia.

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales)

28.11.06

Las horas de un poeta

Siempre evoco a ese Fernando Pessoa volviendo de su oscura oficina en Lisboa, como un Bartleby fantasmal. El más grande poeta portugués llegaba a su piecita arriba de un local comercial y, seguramente, escribía esas pequeñas esquelas que arrojaba dentro de un arcón.
De esos papelitos, surgió, a su muerte, ese extraordinario libro que es "Libro del Desasosiego", una serie innumerable de estados de ánimo, de vivencias (generalmente perturbantes) y de sentimientos que tienen que ver con el tránsito existencial. Siempre que me siento deprimido, recurro a este libro sombrío, triste, lleno de desesperanza (valga la paradoja).
El escritor hace letra escrita de su carne y su sangre; hablo de los escritores en serio, de los viscerales y auténticos y no de los tantos mistificadores que recorren la literatura. Hablo de la creación, no de la mala imitación; ni siquiera hablo de aquellos que ponen empeño, pero nada con valor surge.
Pessoa, Pizarnik, Pavese son tres extrañas "P" que parecen provenir de la palabra "Pena". Y cada uno a su tiempo, y cada uno con sus propios karmas, penaron para subsistir, para conseguir un poco de felicidad, para dejar esas letras que son la divina trascendencia.
Alejandra Pizarnik puso fin a su vida, luego de años de vivir en claroscuros y de sufrir incontables depresiones del alma. Cesare Pavese también puso fin a su vida luego de escribir sus últimas reflexiones en su diario íntimo, ese que tituló "Oficio de Vivir". "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos" frase que parece premonitoria de uno de sus más bellos poemas.
Otros escritores han pasado por instancias similares. Recordemos a Franz Kafka, tan huraño, tan abstraído, tan solitario en esa habitación de la Plaza Vieja de Praga, escribiendo aquello tan extraño de un hombre que despierta escarabajo. O el ruso Antón Chejov, padeciendo tisis, y dejando su impronta plena de ternura entre vómito y vómito de sangre. O Mariano José de Larra tomando el pistolón mientras, en la calle, la multitud festejaba el carnaval y yéndose de este mundo tan plenamente joven, tan plenamente talentoso.
Horacio Quiroga que se mata en el viejo Hospital de Clínicas (ese que, en la actualidad, no cuenta ni con insumos) siguiendo una rutina de familia, lleno de suicidas; y Lugones que ingiere cianuro en un recreo del Tigre, seguramente abrumado por las trapacerías de su hijo, el tristemente célebre Comisario Lugones y por esa jovencita que la había desvelado, finalmente, el otoño.
Escritores, escritores, escritores...qué extraña sinrazón lleva a escribir y a exhibir ante los otros nuestros males del alma. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por una triste vanidad? ¿Para llevar consuelo a los que penan de los mismos males? ¿Para demostrar que somos capaces de sufrir y sublimar esos sufrimientos? Siempre la ingratitud, el recelo, la envidia, los celos, cercaron la vida de los escritores. Como burdos "Salieri" salieron a destruir su imagen, a opacar su persona, a vilipendiarlo y a escarnecerlo. Recordemos esos críticos que se permitieron burlarse de Melville. !Nada menos que del autor de "Moby Dick". O aquellos jueces que se permitieron meter en la cárcel a Oscar Wilde. O acusar de estafador a Cervantes.
El tiempo, que deglute todo, siempre deja, sobre la mesa, algún exquisito manjar. El tiempo es así. Prefiere los desechos para que los próximos comensales coman el mejor plato. Por eso, el tiempo es el único que se encarga de salvar aquellas obras que valen la pena.
Y ya que volvemos a citar la palabra "pena" que, en Literatura, es, casi siempre, constante de vidas atormentadas, digamos que el tiempo deja como vulgar metáfora, como parábola insidiosa, como estigma aceptado, la belleza de lo terrible como le gustaba decir a Baudelaire, para que nosotros, siglos más, siglos menos, descubramos que el corazón del hombre continúa siendo ese "campo de batalla" y tan insondable como las profundidades oceánicas, Dostoievski y Lautreamont mediante.

ROBERTO DIAZ
(Escritor argentino, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con Premios Nacionales e Internacionales)

26.11.06

TODO GATO PANZA ARRIBA...

Vivimos tiempos de extremada soberbia personal; por un lado, se envían mensajes contra la discriminación y el respeto a los derechos humanos; por el otro lado, la violencia, el fanatismo y las actitudes personales extemporáneas, ensombrecen la vida de relación y empobrecen nuestras capacidades.
El hombre es el único animal capaz de tropezar, infinitamente, con las mismas cosas. Y los tantos siglos de vida y de civilización, no han servido para hacerle recapacitar sobre sus propios errores.
Las verdades aparentes o sofismas, están, siempre, a la orden del día. Y esto es explotado, arteramente, por los gobiernos de turno. Por eso, multitud de jóvenes son llevados a la inmolación, a la guerra, siempre con consignas que exacerban una trascendencia que es mentirosa, que es banal.
La vida es un compendio de estas luces y sombras que suelen caer sobre cada escenario. Por eso, para Shakespeare, los hombres y mujeres eran, simplemente, actores.
Es importante que cada persona posea su propia autoestima, pero esa autoestima debe ser equilibrada, debe tener sustento. Vemos, en nuestra vida diaria, cómo mucha gente sale a la calle creyendo que va a una contienda bélica y procede en consecuencia. Son aquellos que adoptan actitudes descomedidas, que tratan mal a sus congéneres, que son incapaces de brindar una sonrisa o un gesto solidario. Lo vemos a diario: en los mostradores de los bancos, en cualquier oficina burocrática, en cualquier tienda de barrio donde el o la vendedora parece creerse la reina de Saba. Es patético, pero es así. Y lo lamentable es que no hay remedio para semejante estupidez.
Le hacen creer a la gente que son importantes, pero no en las cosas que, realmente, son importantes. Valga este galimatías. Sentirse importante en las cosas insignificantes, es ser, ni más ni menos, que insignificante.
Por eso, hablamos de los gatos panza arriba, metáfora para señalar que la vida debe ser vivida con algo que se llama sentido común y que alguien, como Pascal, lo definió como el menos común de los sentidos.
Y es cierto. A la humanidad entera, le hace falta un baño de humildad y templanza; un baño donde nos consideremos, definitivamente, una raza más y tratemos, en consecuencia, de mejorar. No con libros de "autoayuda" que es un método facilista y engañoso sino con una profunda recapacitación interior para saber qué somos y qué queremos ser.

ROBERTO DIAZ

(Escritor argentino, periodista, traductor de habla inglesa, con premios nacionales e internacionales)

23.11.06

EL CULEBRON DE LAS PAPELERAS

El Presidente Kirchner habló en la Casa Rosada y se expidió sobre el problema de la instalación de las Papeleras sobre el río Uruguay. Trató a Tabaré Vazquez de "intransigente" y tuvo duras expresiones contra la prensa porque no tituló como correspondía el préstamo que el Banco Mundial le entregó a la empresa Botnia.
Creemos que el discurso del Presidente (o su opinión expresada en ese discurso) es correcta; pocas veces, podemos decir algo así de las expresiones de nuestro Presidente, generalmente enfervorizado, generalmente agrediendo a la oposición o hablando en términos descomedidos sobre tal o cual personaje o sobre tal o cual situación.
En este caso, estuvo bien, pero...la diplomacia argentina siempre tiene un pero y nunca ejerce la autocrítica. En este tema, se durmieron, enredados, como están siempre, en una burocracia infernal y en una desidia también infernal.
Debieron reaccionar cuando apareció la primera excavación, el primer ladrillo. No lo hicieron y sí salieron a peticionar cuando el pueblo de Gualeguaychú (que también se durmió) salió a cortar la ruta y cuando las chimeneas casi tocan las nubes.
Tampoco se dice (y si queremos ser ecuánimes, deberíamos hablar sobre ello) que la Argentina contamina el río Paraná con una planta de papel que es "Alto Paraná"; pero de esto no se habla...
Tabaré Vázquez mostró la hilacha de todos estos presidentes izquierdistas que, una vez en el poder, actúan con más virulencia e inequidad que los conservadores. Los uruguayos (sobre todo, su gobierno) no puede hacerse el desentendido. Las papeleras contaminan aquí y en la China. Negarlo es ser muy hipócrita o estar muy corrompido.
El río Uruguay (estamos convencidos) no volverá a ser el de antes. Lo que ocurrió en la ciudad gallega de Pontevedra, es el signo más acabado de lo que pueden hacer estas industrias contaminantes. Es cierto lo que dice el Presidente Kirchner: el poder central desprecia a los países, como el nuestro, subdesarrollado. Pero preguntémonos: ¿por qué Brasil votó a favor del préstamo a la empresa Botnia? ¿Por qué los países latinoamericanos (que tanto se llenan la boca con la hermandad latinoamericana y los ideales sanmartinianos y bolivarianos y martinianos) ejercen un sugestivo silencio?
La Argentina está considerada una nación "sospechosa" por su juego pendular y sus veleidades. Hoy tiene "relaciones carnales" con los EE.UU y mañana sale a levantar el dedo admonitorio y a abrazarse con Chávez. A propósito ¿qué ocurrió con el embajador de Venezuela que produjo tanto malestar en el gobierno de Kirchner?
Nos parece todo de mal gusto, un mamarracho más de nuestra diplomacia que siempre llega tarde a todos lados.

ROBERTO DIAZ

(Argentino. Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales)