28.11.06

Las horas de un poeta

Siempre evoco a ese Fernando Pessoa volviendo de su oscura oficina en Lisboa, como un Bartleby fantasmal. El más grande poeta portugués llegaba a su piecita arriba de un local comercial y, seguramente, escribía esas pequeñas esquelas que arrojaba dentro de un arcón.
De esos papelitos, surgió, a su muerte, ese extraordinario libro que es "Libro del Desasosiego", una serie innumerable de estados de ánimo, de vivencias (generalmente perturbantes) y de sentimientos que tienen que ver con el tránsito existencial. Siempre que me siento deprimido, recurro a este libro sombrío, triste, lleno de desesperanza (valga la paradoja).
El escritor hace letra escrita de su carne y su sangre; hablo de los escritores en serio, de los viscerales y auténticos y no de los tantos mistificadores que recorren la literatura. Hablo de la creación, no de la mala imitación; ni siquiera hablo de aquellos que ponen empeño, pero nada con valor surge.
Pessoa, Pizarnik, Pavese son tres extrañas "P" que parecen provenir de la palabra "Pena". Y cada uno a su tiempo, y cada uno con sus propios karmas, penaron para subsistir, para conseguir un poco de felicidad, para dejar esas letras que son la divina trascendencia.
Alejandra Pizarnik puso fin a su vida, luego de años de vivir en claroscuros y de sufrir incontables depresiones del alma. Cesare Pavese también puso fin a su vida luego de escribir sus últimas reflexiones en su diario íntimo, ese que tituló "Oficio de Vivir". "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos" frase que parece premonitoria de uno de sus más bellos poemas.
Otros escritores han pasado por instancias similares. Recordemos a Franz Kafka, tan huraño, tan abstraído, tan solitario en esa habitación de la Plaza Vieja de Praga, escribiendo aquello tan extraño de un hombre que despierta escarabajo. O el ruso Antón Chejov, padeciendo tisis, y dejando su impronta plena de ternura entre vómito y vómito de sangre. O Mariano José de Larra tomando el pistolón mientras, en la calle, la multitud festejaba el carnaval y yéndose de este mundo tan plenamente joven, tan plenamente talentoso.
Horacio Quiroga que se mata en el viejo Hospital de Clínicas (ese que, en la actualidad, no cuenta ni con insumos) siguiendo una rutina de familia, lleno de suicidas; y Lugones que ingiere cianuro en un recreo del Tigre, seguramente abrumado por las trapacerías de su hijo, el tristemente célebre Comisario Lugones y por esa jovencita que la había desvelado, finalmente, el otoño.
Escritores, escritores, escritores...qué extraña sinrazón lleva a escribir y a exhibir ante los otros nuestros males del alma. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por una triste vanidad? ¿Para llevar consuelo a los que penan de los mismos males? ¿Para demostrar que somos capaces de sufrir y sublimar esos sufrimientos? Siempre la ingratitud, el recelo, la envidia, los celos, cercaron la vida de los escritores. Como burdos "Salieri" salieron a destruir su imagen, a opacar su persona, a vilipendiarlo y a escarnecerlo. Recordemos esos críticos que se permitieron burlarse de Melville. !Nada menos que del autor de "Moby Dick". O aquellos jueces que se permitieron meter en la cárcel a Oscar Wilde. O acusar de estafador a Cervantes.
El tiempo, que deglute todo, siempre deja, sobre la mesa, algún exquisito manjar. El tiempo es así. Prefiere los desechos para que los próximos comensales coman el mejor plato. Por eso, el tiempo es el único que se encarga de salvar aquellas obras que valen la pena.
Y ya que volvemos a citar la palabra "pena" que, en Literatura, es, casi siempre, constante de vidas atormentadas, digamos que el tiempo deja como vulgar metáfora, como parábola insidiosa, como estigma aceptado, la belleza de lo terrible como le gustaba decir a Baudelaire, para que nosotros, siglos más, siglos menos, descubramos que el corazón del hombre continúa siendo ese "campo de batalla" y tan insondable como las profundidades oceánicas, Dostoievski y Lautreamont mediante.

ROBERTO DIAZ
(Escritor argentino, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con Premios Nacionales e Internacionales)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué didáctico este relato, algunos finales no felices los conocia, otros no. Y muy amablemente contado. Un placer, cariños.

Anónimo dijo...

Me quedè pensando en lo que escribiste acerca de la "pena" como motor literario. Imagino una relaciòn casual (aunque algunos no creen en la casualidad)que, me parece importante citar. En una de las famosas paràbolas, Jesùs habla de la palabra haciendo referencia a las semillas; tan fructìferas en tanto caigan en terreno fèrtil; asì la pena al escritor.Me pregunto cuàl ha de ser el terreno propicio en el que èsta logre arrancar algùn valor literario.Acaso, en ese terreno, cualquier semilla podrìa despertar la fecundidad; digo, aparte de la pena quizàs la antagònica alegrìa. Se me ocurre pensar en que la infertilidad aviene en los terrenos desaprensivos e indiferentes, tan lejos de la pena.
Daniel