Contaba hoy, domingo, en el programa radial de Juan Carlos Apiccella, que estaba leyendo las Memorias de Enrique Cadícamo, libro apasionante para todos los que aman bien al Tango, sobre todo por la historia de vida, la experiencia y el calor humano que existe en alguien como Cadícamo, un autor de tangos prolífico y que vivió la friolera de un centenario.
En este libro tan ameno, podemos observar cómo Cadícamo define a su entorno con sutil elegancia; la discreción es su lema a pesar de que subsiste en estas páginas un velado encono hacia el autor de "La Cumparsita": Matos Rodríguez. El inspirado autor de "Madame Ivonne" señala dos trastadas que le hizo el uruguayo y que lo distanciaron no una sino dos veces de su amistad.
También demuestra Cadícamo cómo se cocían habas en aquellas épocas: dos veces fue estafado en sus derechos de autor, lo que implica que la transfugada y el sinvergüencismo siempre ha estado presente cuando de humanos se trata.
Pero lo significativo es que don Enrique, con tan sólo treinta años de edad, ya vivía de sus derechos de autor, gracias a los temas que le cantaban los cantores de aquellos años.
En cambio, ahora, la mayoría de los cantores ignoran lo que hacen los poetas del Tango y no sólo los ignoran sino que los omiten a la hora de plantearse un repertorio. Da la impresión que es más fácil y más cómodo cantar (dos millones de veces) "Malena" o "Como dos extraños" a arriesgarse con alguna pieza de un poeta contemporáneo. El género no puede revitalizarse con esta mentalidad retrógrada, de mediocres, que tienen muchos que dicen "cantar tango".
Carlos Gardel, un artista ejemplar, le cantó a todos los poetas del 20 y el 30; interpretó los temas de muchachos que no tenían más que la edad del siglo y los hizo conocer y los paseó por el mundo.
!Cuánto le debe el Tango a Gardel!
En cambio, nada deberemos, en el futuro, a tirifilos que no sienten el pulso de la época y se quedaron estancados en el vestidito de percal, el farolito malevo, el guapo que murió ensartado por otro guapo, las chatas entrando al corralón, la obrerita que tosía por las noches, el tipo que dejó la cárcel y el cornudo que se guardó las trenzas de la china en una maleta (ni siquiera de cuero).
Ese tango bochornoso no nos salvará. Y los otros, los que nos dignifican, ya merecen un descanso mientras tallan los jóvenes poetas del hoy y los jóvenes músicos del ahora.
De este modo, el Tango recibirá una inyección vital para levantarse y seguir andando.
ROBERTO DIAZ
(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales; acaba de ser reconocido "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES" por la Legislatura porteña.)
9.12.07
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