4.1.10

!Fue el mayordomo...Fue...!

En esta Babel que es la Literatura, yo me metí, una vez, en esa Torre y no salí más. Quiero decir, sin metáfora mediante, que tengo varias bibliotecas en el lomo.
He leído de todo, en un esfuerzo desmedido por vencer al pibe de barrio, de familia laburante, y sacar patente de tipo culto. Con los años, me di cuenta que esto tiene una importancia relativa. Lo principal, lo medular, es que esos libros hayan servido para darte un poco de civilización, un poco de sapiencia, un poco de astucia, un poco de comprensión para andar por esta "selva endemoniada".
Todo escritor es un compulsivo lector; de no ser así, no es nadie.
La Literatura tiene un montón de géneros, de estilos, de formas, de técnicas. Recuerdo que, durante mucho tiempo, los tilingos de siempre decían que la literatura policial era "un subgénero". !Carajo! -decía yo. Un subgénero que dio escritores como Poe, Dickens, Chejov, Conan Doyle, Chesterton, etc. !Qué raro subgénero!
Después, me di cuenta que los tilingos son unos "giles" que repiten, como loros. Y pueden cambiar de opinión como se cambia un calzoncillo cagado...
Creo, sin alarde de otario, que me leí todas las novelas policiales habidas y por haber. Algunas son deleznables, escritas por individuos mediocres. Pura hojarasca.
Entre nosotros, hubo algunos impresentables...Pero novela policial escribió Marco Denevi, mi querido amigo Marco, un escritor notable. "Rosaura a las diez" podría figurar entre los mejores textos del género. Como el de este Eduardo Sachero que escribió: "La pregunta de sus ojos" y logró una trama formidable, que cierra por todos lados.
Entre los extranjeros, puedo extasiarme con un título de John Dickson Carr, con la maestría para el suspenso de William Irish, con ese compendio de literatura que es Georges Simenon, con ese "caza gañote" que utiliza, con una habilidad sorprendente, Hadley Chase.
El género policial exige raciocinio, exige lógica. Pero, de pronto, aparece Michael Burt y escribe "El caso de las trompetas celestiales" con un final fantástico; y lo mismo hace Eden Philpotts (poeta, por otra parte, reconocido) en "El cuarto gris", dos novelas que escapan al dogma del género. O ese monstruo de Patrick Suskind con "El Perfume"...
Y aquí viene lo que quería decir. Hay un código de hierro en la literatura policial, que dice: "el mayordomo nunca puede ser el asesino". Cuando decimos mayordomo, decimos todo "personal de servicio". Los ingleses, tan flemáticos ellos, nunca se quisieron mezclar con la servidumbre: que el bolonqui quede entre ellos...
Sin embargo (y si hay más títulos, por favor, háganmelo saber) hubo una escritora inglesa que rompió el código. Me refiero a Patricia Wentworth que en "La daga de marfil" señala como el asesino al mayordomo Marham.
Creo que es una "chorrada" -como dicen los españoles-. Una decepción tremenda. Un "desconsuelo brutal". Porque cuando estamos esperando que algunos de esos burgueses estirados vaya a la horca, resulta que esta mina se inclina por el mayordomo. Pero el absurdo está en que la esposa del mayordomo, que es la cocinera en esa mansión, sigue haciendo unos soufflés de rechupete y un pastel de naranja !con mandarinas! mientras a su marido se lo llevan a la cárcel por haber asesinado a su amo con esa célebre "daga de marfil".
Cuento el final porque esta novela de la Wentworth no merece leerse ni perder el tiempo en esa vorágine de horarios, donde entró uno, salió otro y el fiambre pide a los gritos que no lo jodan más. Porque, para que le cerrara la trama, ese despacho donde se consumó el crimen parecía la estación Constitución a las seis de la tarde.
!Fue el mayordomo...Fue...! Una turrada de la inglesa acusando al proletariado de tan infame hecho de sangre.

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En el año 2007 fue declarado "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES" por la Legislatura porteña.

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