8.11.08

Los muertos que vos matáis...

No sé, queridos amigos y lectores, si a ustedes les pasa lo que me pasa a mí. Granjearse enemigos sin que uno no haya hecho nada. Imbéciles que, de pronto, dejan a uno de saludarle o le dan vuelta la cabeza si se los cruza sin que se sepa a título de qué suceden estas cosas.
Por suerte y para balancear a estos miserables, está la linda gente que llaman desde Madrid o nos hacen un favor desde Barcelona sin preguntarnos a qué obedece el pedido, como lo acaba de hacer mi querido Pepe Costero a quien le pedí llamara por teléfono a Fernando Yevenes, un amigo madrileño de quien no tenía noticias. La verdad es que sentía miedo de llamar y recibir malas noticias.
Felizmente, todo está en orden. Y Fernando me llamó y me volvió el alma al cuerpo. La vida, entonces, vuelve a estar en su lugar...
No crean que me quitan el sueño estos tipos susceptibles de no se qué, que se enojan con uno y uno no sabe por qué ni qué les hizo.
Son cobardes morales, mediocres de triple suela. Y hacen daño porque, seguramente, andan hablando mal de uno a nuestras espaldas, como corresponde a un sujeto lleno de rencor, con el corazón atravesado por diez mil ponzoñas.
Pero !qué importa! cuando se tiene tantos amigos útiles, generosos, con el corazón dispuesto, como Pepe de Barcelona, muy buen poeta y escritor, y un ser humano tan, pero tan honesto y bondadoso.
Resulta que, los otros días, acompañado de mi amigo Alberto Albornoz, caminaba por la avenida Mitre de Avellaneda y apareció, de improviso, uno de estos malos bichos. Vernos y querer cruzar la avenida, como si hubiese visto la peste, fue una. No lo atropellaron los automóviles, por casualidad.
Nos reímos mucho con Alberto al ver la estupidez de este hombre.
!Ah, la miseria humana! !Ah, la vanidad de ciertos sujetos que creen servir para algo y, en realidad, no sirven ni siquiera para tener amigos! Esa vanidad que los pierde, ese ego enfermizo que proviene de la mediocridad, de la falta de grandeza de alma, de esa clase que se necesita para andar por la vida como un señor y no como una rata de albañal.
Avellaneda es una ciudad, pero, en verdad, es una aldea donde se cocinan chusmeríos y tonterías que echan a correr. Los que tenemos algo de notoriedad, somos, siempre, los chivos expiatorios de la maledicencia. Algo de eso debe pasar con este hombre que casi pierde la vida por no querer saludarme.
!Qué absurdo hubiese sido morir por negarme un "buen día" cuando todos sabemos que el saludo y algún diploma, nunca se le debe negar a nadie!...

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En 2007, fue reconocido como "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS. POR LA LEGISLATURA PORTEÑA.

No hay comentarios.: