Hay, en la literatura, notables textos sobre el desarraigo. Desarraigo que puede ser en lugares distantes del Planeta, lejos de su rincón natal o pueden ser desarraigos interiores, la problemática de sentirse solo en medio de la multitud y en su propio habitat.
Los escritores, con su sensibilidad siempre a cuestas, han tocado este tema de diversas formas; pero siempre hay dramaticidad cuando se trata de esta cuestión.
Recuerdo un cuento de Katherine Mansfield que se llama "El viaje". La trama es, simplemente, el viaje en barco de una abuela con su nieta. Acaba de fallecer la madre de la niña y la mujer la lleva a vivir con ella y con su abuelo. La melancolía y la tristeza que emana de este formidable texto, escrito por una de las más grandes escritoras, fabricantes de clima, no tiene parangón.
También recuerdo "La fuerza de la costumbre" de Somerset Maugham donde un funcionario inglés, recluido en un lugar de Malasia, vuelve, luego de sus vacaciones en Inglaterra, con su flamante esposa. Hay una mujer nativa que merodea la casa y, al final, se sabe que este hombre ha convivido con la nativa y tiene hijos de ella. Su joven esposa no acepta la situación y decide volverse a Inglaterra. La culminación del cuento es una obra de arte: un chico nativo se acerca a la casa y le dice al hombre, entristecido, "dice mi madre si puede volver". Y el hombre, luego de un instante, le dice que sí.
Hay desarraigo en los personajes de Horacio Quiroga, encerrados en la selva misionera. Hay desarraigo en un cuento extraordinario de Kipling, también de funcionarios ingleses metidos en esas colonias distantes; hay desarraigo en los personajes de Conrad, en los de Camus, en los de Kafka.
Desarraigo que, a veces, es fruto del desamor, de la marginalidad, de hallarse transterrado.
Y este desarraigo se palpa y se siente íntimamente en nuestra vida. Recuerdo, en una oportunidad, estar solito con mi alma en Panamá, bebiendo en la barra de un boliche; a mi derecha tenía un hombre (yanki seguramente); a mi izquierda, a otro hombre, retacón y fornido, con aire de marinero. Los dos bebían, yo bebía y todo hacíamos en silencio, encerrado cada uno en sus propios pensamientos, a miles de kilómetros de nuestros afectos, de nuestra tierra.
Sólo la negra que servía le ponía un toque de movimiento y vida a esa escena del desarraigo.
"La patria es la infancia" -dijo Rilke y, por último, recuerdo un cuento gracioso de O.Henry donde un personaje, que alardeaba de su cosmopolitismo y se la pasaba diciendo que, para él, el mundo era su casa, termina liándose a golpes con un tipo que le criticó el pequeño pueblo donde había nacido.
ROBERTO DIAZ
(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales: acaba de ser nombrado "Personalidad destacada de la cultura de la ciudad autónoma de Buenos Aires" por la Legislatura porteña.
18.11.07
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